El 25 de Mayo de 1810 se destituyó al virrey Cisneros y, con la Primera Junta, se constituyó el primer Gobierno patrio en el Cabildo de Buenos Aires. ¿Pero qué pasaba en Córdoba y en las entrañas del virreinato del Río de la Plata?

El escritor e historiador Esteban Dómina explica que la Revolución de Mayo se trató de un acontecimiento exclusivamente porteño y que la noticia llegó a Córdoba días después a través del emisario Melchor Lavín.

“En ese momento se produce una reunión de los altos mandos de la sociedad colonial y se decide no acatar a la Junta de Buenos Aires y guardar lealtad al rey Fernando VII”, relata.

En ese encuentro participaron el gobernador, Juan Gutiérrez de la Concha; el jefe de la guarnición, Santiago Allende; el obispo, Rodrigo de Orellana; Santiago de Liniers, el ex virrey (1807-1809) que estaba radicado en Alta Gracia; y otros referentes de la sociedad. El único que se mostraba a favor del primer gobierno patrio era el deán de la Catedral, Gregorio Funes.

¿Por qué este rechazo en Córdoba?

En el interior profundo del virreinato el sentimiento españolista era más fuerte que en Buenos Aires, una plaza cosmopolita donde había otro fermento. Pero en el interior no, y Córdoba era un lugar, en lo que hace a las autoridades, muy ajustado a los cánones virreinales.

¿Molestaba la falta de consultas del Cabildo de Buenos Aires?

Eso se planteó entre los funcionarios en el Cabildo del 22 de mayo. Algunos voceros del partido monárquico, es decir del españolismo, planteaban que no se podía tomar la decisión de desplazar al virrey Cisneros sin consultar al resto de las provincias. Ahí es cuando Juan José Paso, que estaba en el núcleo criollo, acuña la frase “la hermana mayor”, argumentando que, en las circunstancias acuciantes que se vivían en ese momento, Buenos Aires podía actuar en nombre del resto y después pedir que envíen diputados. Pero la decisión fue tomada sin consulta. Y cuando se tuvo conocimiento, las reacciones fueron diferentes.

Y si bien los miembros de la Primera Junta intuían que este “enojo” o “malestar” podía llegar a suceder, las principales autoridades de Córdoba fueron más allá e impulsaron la Contrarrevolución para mantener vivo el sentimiento españolista.

Sin embargo, no hubo respaldo suficiente del pueblo, que se puso a favor de la Revolución, y los principales cabecillas del bando español debieron abandonar la ciudad.

Desde Buenos Aires arribó una expedición al mando de Francisco Ortiz de Ocampo, que en realidad marchaba al Alto Perú, donde tampoco se acató a la Primera Junta, y lograron atrapar a los autores de esta rebelión.

En Córdoba corrió la primera sangre de la Revolución de Mayo con el fusilamiento de Gutiérrez de la Concha, Liniers, Allende y los funcionarios Joaquín Moreno y Victorino Rodríguez. El único que se salvó fue el obispo Orellana por su condición eclesiástica.

Cuenta la leyenda que enterraron los cadáveres en una fosa común en la Capilla de Cruz Alta (localidad al límite con Santa Fe) y que una mano anónima talló en una cruz precaria de madera la palabra “CLAMOR”, en referencia a las iniciales de los cabecillas.

“Era un escarmiento, era la doctrina jacobina de Moreno de decir: ‘Miren lo que va a pasar a los que osen sacar los pies del plato’, que era lo que se buscaba con esta represión tan dura”, señala “Tito” Dómina sobre los fusilamientos.

¿Por qué Gregorio Funes tuvo un papel tan importante?

En Córdoba había una interna política. Cuando Marqués de Sobremonte fue gobernador-intendente de Córdoba, Gregorio y su hermano Ambrosio Funes conducían un partido que tenía matices con las autoridades y, a la vez, estaban en contacto con el núcleo que llevó adelante la Revolución de Mayo. No en vano, cuando la Junta dispone que se elijan diputados, el representante de Córdoba fue Gregorio Funes, que adhería al sentimiento revolucionario. 

¿Luego de estos acontecimientos, Córdoba acompañó a la Primera Junta?

Rápidamente se plegó, aportó a los ejércitos de la patria y el pueblo cordobés se encolumnó en el proceso independentista, pero Buenos Aires siguió designando a las autoridades hasta 1815 por la gran desconfianza hacia Córdoba. Recién en ese año el Cabildo cordobés puede elegir un gobernador por cuenta propia, que fue José Javier Díaz.