Por Ignatius Reilly

“Decime algo lindo”, se masturbaba mentalmente el cachivache que Argentina padeció como presidente con una de sus damas de compañía. 

“Ustedes tienen dificultades para sumar”, cruza el actual ocupante de la Casa Rosada a parlamentarios opositores que buscan desestabilizarlo aprobando gastos sin respaldo. Justamente lo quieren engatuzar a él, máster de los números diplomado de economista en la Universidad de Belgrano. 

De un desquicio onanista, Argentina mutó en la presidencia a un megalómano ultraderechista, festejante prematuro de los goles económicos aún por llegar, si es que llegan. 

Si algo sobra en el despacho presidencial de Balcarce 50 es testosterona. La había antes con un pajero. Y la hay ahora con un presidente que muestra tener convicciones testiculares. 

Los universitarios marcharon masivamente por las calles para pedir flan (plata, biyuya, money) con el argumento de que el presidente elegido por 14,5 millones de argentinos, como no cree ni en el Estado ni en la educación pública y gratuita, busca ahogar a los docentes con sueldos de hambre y a los estudiantes con recortes en las becas.  

El presidente, autopercibido con capacidades superiores respecto al cabotaje argento, no claudica un céntimo en su plan de emisión cero para pulverizar la inflación y plasmar su ideología de un Estado mínimo. Al final de cuentas, él mismo se reconoce como un “topo” infiltrado en la organización estatal para destruirla. Empieza a lograrlo.

Escupe un poco para arriba el libertario cuando pretende meterle zozobra a los universitarios con quitarles lo poco gratuito que les queda, además del aire impuro, que es la educación superior de cierta calidad.   

No debería descuidar que el voto juvenil lo hizo presidente, aunque no precisamente el exarquero de Chacarita entiende de sutilezas. Tampoco las entiende el grueso de la militancia juvenil universitaria al considerar que quien gobierna los destinos de la Patria de San Martín, Belgrano y Gildo Isfrán, es “un nazi”, por más que el destinatario del agravio haya rezado y llorado en el Muro de los Lamentos. 

El aumento presupuestario aprobado por los “degenerados fiscales” murió antes de nacer porque el presidente lo vetó. No hay plata, sigue siendo el mensaje del poder, aferrado al superávit y disciplina fiscal, con el mismo éxtasis con que un expresidente con probada habilidad para la corrupción estatal abrazaba una caja fuerte, en un video para la posteridad.      

Javier Milei predica que el esfuerzo del hachazo al poder adquisitivo debe ser compartido y que nadie, ni siquiera la materia gris de un país, tiene coronita. Todos estamos en el barco, nos dice. Y con la testosterona en la garganta por temor al iceberg. 

 

         

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