Salvador Insua le devolvió la paz al club, recuperó jugadores, elevó el nivel de otros que ya estaban y el equipo se mantiene con vida y compitiendo. En el campeonato local, lejos de River como casi todos, pero todavía en el podio. En la Sudamericana, los números le eran más esquivos.

Y en ambos, había un matriz que se repetía. Por un lado, un Ciclón que se mostraba con esa solidez que le permite sostenerse siempre en juego incluso en los partidos que le son desfavorables. Por el otro, pocas variantes a la hora de provocar situaciones claras y una eficacia pobre con menos de un gol por partido en la Liga y apenas tres en cinco partidos de la Sudamericana. Ni hablar la última racha de apenas tres gritos en seis juegos. Con este panorama, arrancar un desafío definitorio como el de ayer perdiendo a los 3 minutos de juego pintaba un futuro sombrío. ¿Cómo iba a hacer un equipo al que le cuesta convertir para darlo vuelta holgadamente y que le den las cuentas que lo clasifiquen?

Hablar de milagros puede sonar una subestimación a lo que hizo San Lorenzo para lograr su objetivo. Como si sólo importara la sucesión de situaciones fortuitas o místicas. Porque a la actitud esperada por default en cualquier deportista, le agregó la templanza de apurar en el momento exacto y que además de darle la pelota siempre al 10, léase al perrito Barrios, el resto no entraría en la desesperación que el contexto proponía.

Por eso, la épica de San Lorenzo le ganó el partido al milagro.

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