Estás buscando empleo y crees que tus conocimientos siempre son inferiores a lo que demandan en las empresas. Has conseguido un ascenso y no te sientes lo suficientemente preparada. Tienes miedo a que tus compañeros descubran que, en realidad, todo lo que has conseguido ha sido fruto de la suerte y no de tu trabajo. Quitas mérito a todo lo que haces. Te sientes incómoda con los halagos. ¿Te sientes identificada con alguna de estas aseveraciones? Pues amiga, sufres un síndrome del impostor de manual (que no un síndrome de la impostora sexual, eso es otra cosa aunque esté relacionada) y tus problemas de autoestima tienen mucho que ver.

¿Qué es el síndrome del impostor?

El 
síndrome del impostor es un fenómeno psicológico en el que la gente se siente incapaz de darle valor sus logros y sufre un miedo persistente a que los mismos sean fruto de un golpe de suerte y no de su esfuerzo y valía, lo que descubrirá su entorno tarde o temprano. «Cuando acuden a terapia, estas personas no van con el síndrome del impostor propiamente dicho, van con algún bloqueo en el trabajo o con un problema de ansiedad muy generalizada: no duermo bien, tengo problemas digestivos, pesadillas, rechazo todos los proyectos que me llegan, baja autoestima… Cuando se dan una serie de síntomas, llegamos a la conclusión de que es el síndrome del impostor, aunque realmente no tiene entidad suficiente para que sea un diagnóstico», nos explica la psicóloga Sara Ruiz.

El término fue acuñado por las psicólogas clínicas 
Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978, año en el que publicaron un artículo sobre este síndrome, llamado «The imposter phenomenon in high achieving women: Dynamics and therapeutic intervention», aunque todavía no es una enfermedad mental oficialmente reconocida. En ese artículo hicieron una investigación donde analizaron un grupo de mujeres con grandes logros, dándose cuenta de que la gran mayoría
desconfiaban de sí mismas, pensaban que su éxito había sido un fraude y que eso se descubriría.

¿Por qué afecta más a mujeres que a hombres?

Si algo se ha documentado en los estudios sobre este tipo de fenómeno, es que afecta en mayor medida a mujeres que a hombres. Un informe encargado por el Access Commercial Finance en Reino Unido confirmó que lo hombres son menos propensos a padecerlo hasta alcanzar un 18% menos de posibilidades que las mujeres. Pero no sólo mujeres ya que diversos estudios también ven un aumento de personas afectadas por el síndrome del impostor en minorías como la afroamericana en EEUU o el colecivo LGTBI: «Tienen menos referentes y menos experiencias de éxito previas, por lo que ellos pueden llegar a achacar su éxito a la discriminación positiva, un factor externo, y no a sus propias capacidades», nos cuenta Sara Ruiz.

¿Y en cuanto al género, por qué afecta mayoritariamente a la mujer? No es una cuestión biológica, sino educacional. Los niños son educados para ser fuertes, competitivos y exitosos, rasgos que se consideran poco femeninos. A las niñas, en cambio, se las educa para ser empáticas, cuidadosas, sutiles, a no hacer ruido ni destacar. Esa humildad que, en principio, no es un rasgo negativo, se convierte en algo pernicioso para el desarrollo de la mujer cuando no le da valía a sus propios conocimientos y aptitudes pensando siempre que no están lo suficientemente preparadas para asumir un reto concreto.

«Los factores que predisponen a una persona a sufrir el síndrome del impostor no son tanto el género como las
experiencias previas que ha tenido esa persona. Ahí tiene un peso muy relevante la educación. Si tú dedicas una parte muy importante de tu tiempo al cuidado, además de conformar poco a poco tu personalidad, tienes menos tiempo para desarrollarte profesionalmente o eso crees. Al creer que te has formado menos, piensas que tienes menos habilidades y tus expectativas de éxito también son menores. En realidad, el género no es un factor determinante en cuanto a desarrollar este cuadro», asegura la psicóloga Sara Ruiz.

¿Cuándo puede manifestarse con mayor intensidad?

Puede ser una sensación que te acompañe durante toda la vida, pero que
se acrecienta en determinados momentos: cuando tienes entre manos un nuevo proyecto (lo que hago no es lo suficientemente bueno), al
buscar trabajo (me faltan conocimientos, nunca llego a lo que piden las empresas en sus ofertas de empleo), si consigues un ascenso (no lo merezco, no voy a ser capaz de asumir las nuevas responsabilidades y se van a dar cuenta)…

En cualquiera de estas circunstancias puede aparecer un temor que hace sentir a las personas poco competentes y en una posición de desventaja imaginaria que les lleva a pensar que son impostores que trabajan en un cargo no merecido o para el que no están capacitados. «El problema de base en el síndrome del impostor es el miedo al fracaso, el miedo a que lo descubran como una persona mucho menos competente de lo que demuestra y eso les bloquea. Para evitar ese miedo lo que hacen es rechazar ofertas de trabajo, rechazar proyectos, rechazar helogios… Son ese tipo de personas que cuando les dices que ha hecho algo bien lo achacan a la suerte o a que le han ayudado. Eso se llama locus de control externo, es decir, que tú pones la variable fuera de ti. Tus éxitos los adjudicas a la suerte, al azar o a que los demás te han ayudado en lugar de achacarlo a tus capacidades», dice Ruiz.

¿Cómo puede ayudarte un psicólogo?

El síndrome del impostor
no es un diagnóstico en sí mismo, sino un cúmulo de síntomas que se agrupan bajo esta denominación. A menudo, cuando nos encontramos con un cuadro de ansiedad o depresión, nosotros solos no podemos hacer frente a la situación, por lo que acudir a un psicólogo siempre es una buena opción. Así, se debe comenzar tratando esta sintomatología antes de abordar las ideas irreales que has formado en tu cabeza sobre ti misma»: Estas personas acuden al psicólogo con un cuadro de ansiedad o de depresión o con un bloqueo a nivel laboral y con mucho sentimiento de culpa. A nivel de intervención, lo que se empieza tratando esa sintomatología y después se trabaja con todas esas creencias distorsionadas para generar otra narrativa más acorde a la realidad», nos dice Sara Ruiz.

¿Y cómo se cambia esta narrativa? «Un ejercicio que suele funcionar es apuntar en un papel todos los logros que la persona ha tenido a lo largo de su vida o de su trayectoria profesional y se van cotejando una a una esas creencias con la realidad. Así, poco a poco
se van desmontando todas esas creencias insanas y se modifica esa
voz interior paracrear una narrativa nueva en la que nos vamos ajustando más a la realidad», apunta Sara.

¿Puede prevenirse?

Sí, puede prevenirse, pero deberíamos empezar en el origen, es decir, en la educación infantil. De poco sirve que a una persona adulta le digas lo que vale si en su mente ya ha forjado una idea distorsionada de su propia valía. Y, como hemos dicho antes, la educación debería ser igualitaria para que ningún género se vea más afectado que el otro: «Hasta los 6 años no hay diferencias significativas entre lo que percibe una niña y lo que percibe un niño en función de autoeficacia. Es decir, tú preguntas a un niño o una niña de menos de seis años cómo de capaz se siente en materias asociadas tradicionalmente a habilidades masculinas y no hay diferencias signficativas entre niños. Cuando pasan esos seis años es cuando se empiezan a ver
diferencias entre los géneros y las niñas empiezan a verse menos competentes que sus compañeros varones. ¿El por qué? educativo. Ahí sí se puede incidir. Hay que empezar a modificar desde pequeñitas esa voz interior que es la que va a crear todas esas
creencias distorsionadas en la vida adulta», asegura
Sara Ruiz.

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