En un escenario cinematográfico en donde triunfa el cine de superhéroes es extraño que nunca hasta el momento se hubiera recabado que los caballeros de la mesa redonda pudieron ser los primeros Vengadores, ya que sus leyendas y cantares eran el equivalente a las películas actuales de Marvel, y como buen multiverso, tiene sus historias individuales para cada miembro, y una de las más populares es la de ‘El caballero verde’ (The Dark Knight, 2020).

La película de David Lowery adapta a su manera la leyenda que más se conoce de Sir Gawain, y la reinterpreta según códigos de fantasía más o menos tradicional, empezando con la aparición en Camelot del misterioso Caballero Verde, un señor de madera que parece un Ent jovenzuelo, que reta a los caballeros de la Mesa Redonda a un macabro juego. Uno de ellos podrá cortar su cabeza, si acepta que luego él devuelva el golpe, a lo que solo se atreve el humilde escudero Gawain, un Dev Patel en su mejor papel hasta la fecha, pero su bravuconada le lleva a arrastrar el sino que deberá morir en el plazo de un año.

Lo peor y lo mejor de David Lowery

Durante el período siguiente afrontará difíciles pruebas en reinos perdidos, con todo tipo de enemigos en una extraordinaria road movie medieval, que alcanza sus mejores momentos cuando abraza su vertiente de aventura épica, dejando ver de vez en cuando a ese David Lowery alcanzando el sentido de la maravilla con grandes momentos que evocan el gran cine de cuentos de hadas, con cierta sensibilidad soviética que recuerda a películas de Aleksandr Rou como ‘Kashchei el inmortal’ (1945) o ‘Sampo’ (1959) de Aleksandr Ptushko.

Un elemento nada ajeno a Lowery, capaz de inyectar una sensación de melancolía positivista, como conseguía en su fantástica ‘Peter y el dragón’ (2016), en la que alcanzaba recuperar sensaciones perdidas en el cine infantil que aquí se replican en grandes momentos de conexión con el espectador, como la estampa de los gigantes y ese zorrito parlante aullando al viento. Sin embargo, al mismo tiempo hay un cierto artificio escénico que pasa de lo pictórico a lo contemplativo, con ciertos vicios que deslucían un poco su preciosa ‘A Ghost Story’ (2017), escenas caprichosas que dejan un rastro de cierta desesperación por trascender que rompe la magia.

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No hay necesidad de algunas lagunas rítmicas en el relato, en especial un desaprovechado episodio con Joel Edgerton, y detalles que parecen buscar superar la naturaleza puramente folklórica del relato que a veces dejan ver demasiado la mano de un director lleno de talento, pero preocupado en seguir demostrando cosas a sus antiguos compañeros capullos de la escuela de cine. Tiene cierta tendencia a los planos tiesos, composiciones algo artificiales, que juegan con una capacidad visual apabullante, pero que no dejan de tener cierto estatismo frontal que se gusta y reconoce, invitando a asentir que, efectivamente, todo está muy bien colocado en el plano.

Momentos de horror excelentes

Tan bien y tan ajustado que en ocasiones deja de ser una película y pasa a ser un libro de ilustraciones, uno precioso, pero que no deja de arrastrar esa apuesta estética cuando trata de profundizar para buscar hacer más noble su sencillez. Una solemnidad que no necesita y que queda de sobra compensada con su mirada adulta, y en ocasiones terrorífica, a la visión de un cuento de hadas con la que se presenta. Hay decapitaciones, trances como posesiones, imaginería que parece salida de ‘Hereditary’ (2018) o ‘La Bruja’ (2015), que dejan claro que también es un producto A24.

Pero ya fuera de parecerse o no al cine de autores como Ari Aster o Robert Eggers, hay secuencias de horror memorables, como la visita a Winifred, que, de nuevo, parece una visión de fantasía oscura propia de las adaptaciones de Nikolai Gogol y sus relatos de ahogadas. La forma de cerrar la historia remonta el valle de la segunda mitad y crea un conjunto satisfactorio que asombra en su capacidad de conceptualizar en imágenes su propio desafío de excelencia cinematográfica, casi logrando una obra inmensa, que se queda a las puertas de ser redonda.

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‘El caballero verde’ tiene más del Macbeth de Welles y Polanski que del ‘Excalibur’ (1981) de Boorman, a veces también recogiendo algunos elementos de la versión televisiva de 1991, con su tono alucinado y el uso anacrónico de los intertítulos, que aquí son otro detalle de diseño que reafirman su voluntad de cuidar minuciosamente todos los detalles de su composición visual. Otra razón más para lamentar no haber tenido la oportunidad de verla en pantalla grande, el medio natural para una película-experiencia como esta, capaz de alcanzar lo sublime en no pocos momentos que ya se cuentan entre lo más hermoso que ha dado el cine en 2021.

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