Ángeles Castillo

El castillo es lo que más se ve, como siempre, pero tal vez sea la plaza de Coso lo que más cautive de Peñafiel. Ese pueblo que, como casi todos en Valladolid, tan bien marida con el vino. Porque atesora una plaza de arena, llamada familiarmente el Corro, a la que se asoman un buen número de casas medievales que parecen sacadas de un cuento con final feliz. Y esta vez no la tenemos que buscar en ningún paisaje recóndito de Rumanía, ni siquiera en un cuadro de El Bosco, porque la tenemos en un viaje a menos de dos horas de Madrid.

Podríamos emparentarla con la de Chinchón, que es tan plaza de toros como plaza mayor, redondeada por esas balconadas en verde. Pero la que nos toca ahora se nos pierde más en la noche de los tiempos (data de 1429). Sería más de libro, mientras que la otra apuntaría más al cine. Si la madrileña reúne 234 balcones, en la castellanoleonesa se disponen formando un rectángulo 48 edificios. También en ella sobresalen los balcones de madera y además decorada. Verlos llenos de gente en plenos festejos impresiona. Al fin y al cabo, es una plaza sin iglesia ni ayuntamiento, únicamente lúdica y popular.

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La capital de la Ribera del Duero es un lugar sagrado para los amantes del vino y el tapeo, pues la viticultura, ya se sabe, tiene la virtud de empaparlo todo, desde los campos hasta el arte y el ocio que se suele cultivar alrededor mientras se va labrando la historia. Más porque en su singular castillo, con forma de barco que parece echarse a la mar, se aloja el Museo Provincial del Vino. Todo un lugar de peregrinación, con una media de 100.000 visitas al año. Aquí, entre degustaciones, cursos y catas, triunfa Baco, en un guiño velazqueño. Y no digamos la gastronomía, elevada a la categoría de gourmet.

Saliendo del Coso por el pasadizo por el que entran los toros del encierro, se topa uno con el convento gótico-mudéjar de San Pablo, levantado sobre el antiguo alcázar por el infante Don Juan Manuel, señor de la villa y el mismísimo que escribió El conde Lucanor. Y donde, por cierto, se hizo enterrar. Concretamente, en una capilla que es pieza sobresaliente del Renacimiento español, por lo que hará las delicias de los apasionados del turismo cultural.


El convento gótico-mudéjar de San Pablo se levantó sobre el antiguo alcázar.


TURISMO PEÑAFIEL


Y seguidamente la iglesia parroquial de San Miguel de Reoyo, de arquitectura sobria y elegante de finales del XVI, aunque conserva restos románicos y góticos, y el parque de la Judería, que corresponde al antiguo barrio judío, un parque con playa a orillas del Duratón antes de desembocar en el Duero. En frente, se ve el antiguo convento de las Claras, hoy convertido en el AZZ Las Claras, con un claustro divino. Tan tentador como el AF Hotel Pesquera, que fue en tiempos una harinera y actualmente presume, sofisticadas habitaciones aparte, de restaurante donde reinan la cocina de altos vuelos y la enología.

Qué puedes ver en Peñafiel además de bodegas

Todos los pasos llevan hasta el emblemático castillo, que comenzó a levantarse en el siglo X y siguió acicalándose hasta el XV. En sus orígenes, un baluarte fundamental en la línea defensiva del Duero. Y lo fue tanto que se ganó su nombre, «la peña más fiel de Castilla», lo que exclamó el conde castellano Sancho García tras arrebatar esta plaza nada menos que a Almanzor en el año 1013. Que se sepa que Peñafiel llegó a ser una villa amurallada con cinco puertas de acceso.

Asimismo, lo engrandece la iglesia de Santa Clara, con planta octogonal y vistosa cúpula, que perteneció al convento donde está el citado hotel-spa, solo que esta aún conserva su función litúrgica. Y la de Santa María, de estilo ecléctico, en el centro de Peñafiel, motivo por el que antiguamente se la conocía como Santa María de Mediavilla. De hecho, era el lugar de reunión del cabildo y sede del archivo de los hidalgos de la villa. En la actualidad, es el Museo Comarcal de Arte Sacro. Ojo también con la torre del Reloj, lo único que queda de la iglesia románica de San Esteban, antaño una de las más importantes de la comarca, aunque ella es gótica y con reloj del XIX.

Y como estamos donde estamos, en plena Ruta del Vino Ribera del Duero, por la calle Derecha al Coso podremos toparnos con el Paseo del Vino, en plan hollywoodiense, con once hojas de vid plantadas en el pavimento a modo de estrellas. E igualmente con la Casa Museo de la Ribera, donde dos actores profesionales representan la vida de principios del XX. Esto es, el cantinero da a conocer la cantina, el lagar, las bodegas, el patio y las cuadras, mientras que su esposa hace lo propio con el resto del hogar.


El diseño de esta bodega en Peñafiel con vistas al castillo corrió a cargo del prestigioso arquitecto Richard Rogers.


BODEGAS PROTOS


Todo este recorrido se completa con una visita a la zona arqueológica de Pintia, ciudad antigua de los vacceos, pueblo celta del norte que llegó en oleadas, a partir del siglo VI a.C., a estos parajes. La tenemos a solo cuatro kilómetros, en la localidad de Padilla de Duero. Los más interesados pueden sumarse a las visitas que organiza el Centro de Estudios Vacceos Federico Wattenberg, asociado a la Universidad de Valladolid.

Por si fuera poco, esta villa ribereña está incluida en las rutas vallisoletanas de Miguel Delibes, el ya nombrado infante Don Juan Manuel y esa otra que pasa por los castillos. Ah, y la naturaleza también acompaña. Lo más genuino es hacer el tramo de la Senda del Duero que sale de Peñafiel y va hasta Quintanilla de Onésimo, pasando por Pesquera de Duero, el magnífico monasterio de Santa María de Valbuena y Valbuena de Duero, a lo largo de 31 kilómetros, aprovechando viejos senderos en recuerdo de los oficios tradicionales vinculados al río, como la pesca, los pasos en barca, los molinos, las aceñas y los puentes.

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