Un pequeño pueblo prácticamente escondido en la costa asturiana y, sin embargo, con carácter imperial. Es saber de su existencia y querer ir. Tal es su atractivo. Más ahora que la temporada de baño toca a su fin y las gaviotas vuelven a reconquistar las playas para convertirse en las auténticas guardianas de las mareas. Si te gustó Cudillero, este otro pueblo del Cantábrico también te va a hacer suspirar. Funciona como un imán. Estamos en Asturias, la patria querida de la reina Letizia.
Tazones, entre Lastres y Gijón, pero perteneciente a Villaviciosa, no solo es precioso por su emplazamiento único, su entorno verde, sus casitas de pescadores con puertas y ventanas de colores y la omnipresencia del mar. Que ya es un montón. Lo que tiene de particular es que fue la primera parada que Carlos V, nuestro Carlos I, hizo en su primer viaje a la península, procedente de Flandes, en septiembre de 1517. De hecho, forma parte de las rutas imperiales que siguen sus huellas por Europa.
El emperador tenía solo 17 años y venía nada menos que a sentarse en el trono español, que ocupó hasta 1556. No olvidemos que nació en Gante (Bélgica) y que fue, entre sus muchísimos laureles, rey de los Países Bajos. Pero que nadie piense que arribó a estas costas como náufrago. Ni mucho menos. Lo hizo al frente de una escuadra de cuarenta barcos. Eso sí, azotada por una fuerte tormenta que les hizo desviarse del rumbo y verse obligados a recalar en este puerto y no en el de Santander, como estaba previsto.
El hito histórico en sí es de película. Pero lejos de las superproducciones, de pongamos un Ridley Scott, los propios vecinos del pueblo se encargan de recrear el desembarco real cada mes de agosto, en una fiesta declarada, con toda razón, de interés turístico. Solo el pueblo ya es un poderoso reclamo. Pero si encima le añadimos al llamado César español, nieto nada menos que de los Reyes Católicos, el asunto pasa automáticamente a otra dimensión. Aunque, lo que se dice reinar, Tazones reina por su belleza.
Tazones está escondido entre dos peñas frente al Cantábrico.
HOTEL EL PESCADOR

Para alimentar lo inaudito del episodio, cuentan las crónicas que el hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso se quedó prendado del lugar y de la hospitalidad de sus gentes. Cosa que, por otro lado, no es de extrañar. A día de hoy, más de cinco siglos después, no es difícil sentirse igual de seducido por sus encantos. O mejor, cantos de sirena. Como si fuera una isla del mar Egeo, aunque ni es isla ni está en Grecia, donde en vez de retsina, el mítico vino de la Hélade, se ha de pedir una sidra escanciada, como mandan los cánones, por todo lo alto.
Además de caer en la tentación, claro, de otro placer de dioses como son los manjares del Cantábrico, exquisitos pescados y mariscos servidos en los restaurantes que salpican sus pintorescas callejuelas. La Playa, El Centollu, El Uria, El Rompeolas… Ya sea en el barrio de San Miguel o en el de San Roque. Da igual, porque los dos han sido declarados conjunto histórico-artístico.
De las huellas de dinosaurio al faro
Para colmo, se puede ir mucho más atrás en el tiempo rastreando, si lo permite la marea, las huellas de dinosaurio en el pedrero de la playa, mientras se experimenta el inmenso placer de hundir los pies en el agua y la arena. Para seguir después con la exploración, ahora en clave Spielberg, en busca de huellas tridáctilas de bípedos y cuadrúpedos a lo largo de la costa, en los impresionantes acantilados de camino al faro. De nuevo, fantasioso aunque real.
La clave es dejarse llevar epicúreamente por el espíritu marinero, que se exacerbará al llegar al faro (1864), en la aldea de Villar, uno de los mejor conservados del litoral asturiano. Lo mismo que frente a la Casa de las Conchas, que nada tiene que ver con el magnífico palacio de Salamanca, y eso que este último es el monumento civil más representativo de la época de los abuelos del emperador. Las conchas del primero, nota aclaratoria, son de verdad.
Pero lo más apasionante de Tazones, dejando a un lazo el hechizo que siempre ejerce sobre nosotros el proceloso mar, es recrearse en su arquitectura, que no por ser popular deja de tener su sofisticación. Además, bañada en colores y no siempre recurriendo al dúo marinero por antonomasia, el blanco y azul. A este pueblo asturiano se le pueden poner todos los adjetivos que se quiera para ponderar su gracia, pero quizás el que mejor le sienta es el de encantador.
Las casas de colores son una de las señas de identidad de Tazones.
TURISMO VILLAVICIOSA

Decíamos pueblo mínimo porque sus habitantes apenas llegan a los 300 y, por supuesto, está catalogado como uno de los más pueblos más bonitos de España, amén de ser un consumado puerto pesquero asturiano, con su preciada lonja. Cierto es que de pequeñas embarcaciones consagradas a la pesca de bajura y no como antiguamente, sobre todo en los siglos XVI y XVII, cuando cargaba con la gloria de ser ballenero.
Por lo demás, la naturaleza que lo envuelve es privilegiada. Desde la Punta de la Mesnada, que separa este puerto de la boca de entrada de la ría de Villaviciosa, reserva natural entre las playas del Puntal y Rodiles, hasta la Punta de Tazones, donde se alza el faro. Tazones da cobijo además al castro del Picu Catalín. No dejaremos de echarle flores.