Cuando hablamos de una ciudad de película podemos pensar en las mil y una veces inmortalizadas calles de Nueva York o en las localizaciones más románticas de París. Podemos pensar en unas vacaciones recorriendo Roma en Vespa o en perdernos en Tokio. Pero, si de verdad queremos descubrir un lugar mágico de cuento, no tenemos que viajar a las grandes capitales del mundo.
Si pensamos en viajar a través de la magia de los cuentos, quizá la primera imagen que venga a nuestra cabeza sea la silueta del castillo de Cenicienta que sirve como logotipo a Disney. O en el de Blancanieves. Uno está inspirado en la fortaleza de Neuschwanstein, en Baviera; el otro, en el Alcazar de Segovia.
Pero, sin duda, uno de los escenarios de película más mágicos sea el pueblo donde discurre buena parte de La Bella y la Bestia, el clásico que nos enseñó que la belleza está en el interior y que existe en la vida real: Colmar, una encantadora villa medieval en la Alsacia francesa que, sin embargo, también ha pertenecido a Alemania.
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Colmar, el pueblo que inspiró La Bella y la Bestia
Con sus pintorescas casas de colores con entramado de madera, sus calles adoquinadas y sus balcones rebosantes de flores, la atmósfera romántica, mágica y casi irreal que envuelve Colmar parece detenida en el tiempo. Como las teorías que rodean a La Bella y la Bestia. Quizá por eso se eligió como el reconocible escenario que inspira el pueblo en el que vive la protagonista.
Los fanáticos de Disney sin duda encontrarán en Colmar muchos elementos que recuerdan el pueblo donde Bella vivía: librerías encantadoras, panaderías artesanales y plazas con fuentes. La Maison Pfister, con su fachada decorada, es un ejemplo de la arquitectura que inspiró a los animadores y parada obligada en los recorridos guiados que muestran a los visitantes los paralelismos con la película.
Las calles de Colmar rebosan de color con sus fachadas pintadas en rojo, azul, amarillo o verde y sus flores engalanando ventanas y balcones. Además, su reflejo en los canales que le han hecho ganarse el sobrenombre de Petite Venise, y los paseos en barco recorriendo el corazón de la ciudad, la convierten así en uno de los rincones más pintorescos, románticos y fotogénicos del corazón de la vieja Europa.
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Mucho más que un pueblo de cuento
Pero Colmar es mucho más que un pueblo de cuento instagrameable. Con una mezcla perfecta de belleza serena, historia y tradición, es el lugar perfecto para los que buscan un destino de vacaciones slow, con una arquitectura única de marcadas influencias francesa y germánica y un maravilloso patrimonio cultural.
En un recorrido por esta pequeña villa no podemos dejar de pasear por la Rue des Marchands, la más famosa y fotogénica, con sus casas tradicionales alsacianas entre las que destacan la ya mencionada Casa Pfister, la Casa Schongauer o la Casa Weinhof; tomar un vino o un café en la Place de l´Ancienne Douane, presidida por el el edificio Koifhus, de estilo gótico y el más antiguo de la región; dejarse impresionar por la magnificencia de la Colegiata de San Martín; hacer parada en el Museo Unterlinden, que alberga el célebre Retablo de Isenheim, obra maestra del renacimiento alemán; o en el Museo Bartholdi, dedicado al creador de la Estatua de la Libertad, nacido en la localidad.
Además, por su enclave estratégico, Colmar es el punto de partida perfecto para explorar pueblos como Eguisheim, Riquewihr o Kaysersberg, todos ellos parte de la Ruta de los Vinos de Alsacia y considerados de los más bellos de Francia, donde podremos visitar bodegas familiares, hacer catas guiadas de los mejores caldos francesas y recorrer imponentes paisajes salpicados de viñedos, colinas y castillos.